Sin duda la noticia de esta semana ha sido la retirada (parcial) de EEUU en Irak. Por lo menos sus fuerzas de combate ya no estarán sobre el terreno -aunque las operaciones no finalizarán hasta el 31 de este mes-.
El conflicto en el país árabe ha llenado nuestros espacios de noticias en los últimos 7 años con más o menos insistencia dependiendo de eso que algunos llaman la rabiosa actualidad. Pero como suele pasar en este mundo donde a veces corremos el riesgo de ahogarnos con tanta información nos falta una perspectiva para analizar lo que sucede con la calma y profundidad que es debido.
Sobre los motivos concretos de esta retirada no me extenderé. Ya están los periódicos para recordar como ha sido un empeño de Barack Obama ante un conflicto cada vez más impopular y cierta estabilización del país (bastante relativa, por cierto), y su convicción de que la guerra en Afganistán es la que merece más atención y recursos de su país.
Tras los años de Bush y el 11-S, EEUU aprovechó la situación para situarse en lo que el propio Departamento de Estado norteamericano ha llamado el “Arco de Inestabilidad”, es decir desde Oriente Medio hasta el Sur de Asia. De ahí su implantación de bases en las ex repúblicas soviéticas de Uzbekistán y Kirguizistán; operaciones militares en Irak y Afganistán; colaboración con Pakistán y acercamiento a India.
Si miramos todos estos puntos en un mapa podemos ver que más allá de la célebre Guerra contra el Terrorismo, la presencia en estos territorios le garantizaba una excelente posición estratégica con acceso a zonas tan sensibles como China, Rusia y Oriente Medio; tanto para proyectar su fuerza militar como para controlar los importantes recursos en hidrocarburos de estas zonas.
Esta estrategia parecía ir viento en popa hasta mediados de la presente década. En 2005, los EEUU tuvieron que abandonar Uzbekistán tras criticar al régimen por una matanza en una manifestación, mientras que Rusia y China supieron jugar sus cartas para apoyar al dictador uzbeko Islam Karimov. Pekín y en especial Moscú también supieron minar la presencia de Washington en el otro estado centroasiático, Uzbekistán, y desde entonces la Casa Blanca ha tenido que renegociar su presencia en una base que es fundamental para el apoyo a las operaciones en Afganistán.
Ya tenemos los dos puntos donde EEUU ha tenido que redefinir su situación después de unos años (tras el fina de la Guerra Fría) donde su hegemonía imperial parecía incontestable. En otra zona donde se juega esta partida, Afganistán, ya le dedicaré próximamente más atención, pero ahí es donde Washington se juega más su credibilidad. La victoria militar absoluta parece cada vez más difícil y donde tiene que haber más empeño para que un gobierno afgano pueda garantizar la seguridad y el bienestar de la población. Sin olvidar, qué frutos podría dar una negociación con los talibanes tal y como apuntaba Ahmed Rashid en un artículo esta semana.
Dejando de lado el laberinto afgano y las complicadas perspectivas de futuro para EEUU, el resto del sur de Asia también parece complicado. Pakistán fue la apuesta desde principios de la década, pero este estado es un verdadero polvorín y un aliado poco fiable por los importantes vínculos entre miembros de su ejército y servicios secretos con los talibanes. Desde hace unos años, Washington busca una colaboración más profunda con India, un estado que pese a sus defectos es una democracia.
Recapitulando, todos los escenarios analizados hasta ahora han presentado dificultades para EEUU. Una muestra de que su hegemonía cada vez está más en entredicho. Pero Washington no se da por vencido y aún ha jugado importantes bazas. Recordemos que la primera visita de Obama al extranjero fue China. Asia oriental parece que es una de las zonas donde los norteamericanos no se van dejar arrebatar la influencia pese a la enorme pujanza china.
Más allá de quién ocupe la Casa Blanca, entre los círculos de gobierno de Washington hay el convencimiento que el gran rival de futuro es China y conviene idear una estrategia de contención que incluya a los aliados de la zona.
En este sentido, pueden tener un papel fundamental Australia y Japón. En especial con este último, Washington desea que asuma más responsabilidades en materia de seguridad, ahora limitadas por su Constitución que constriñe el despliegue de fuerzas armadas niponas en el extranjero; una penitencia heredada del final de la Segunda Guerra Mundial.
Tampoco conviene olvidar las muestras de fuerza que el ejército de EEUU ha hecho en las maniobras conjuntas con Corea del Sur. El mensaje en un primer nivel es claro: intimidar a la impredecible Corea del Norte para que cese en sus provocaciones. Pero que a nadie se le escape que en un segundo nivel, se trata de una manera de recordar a China la capacidad de proyectar una importante fuerza bélica en la zona; y más en unos momentos donde la retirada en Irak y los vaivenes en Afganistán podían ser interpretados como una muestra de debilidad.
Continuará…